Hoy toca telenovela. Por fin se
transmitió el primer capítulo de Simplemente María y me gustaría iniciar con
las cosas que me gustaron de este capítulo. Sin embargo, esta ocasión, como algunas
otras, le voy a quedar mal porque desafortunadamente no hubo nada que me
conmoviera, que me interesara o que me hiciera reír. Y para que usted decida si
quiere ver esta telenovela, empecemos con la reseña.
Vimos
a una María que se levanta antes que cante su gallo, pero un gallo flojo porque
cantó cuando el sol ya estaba en todo lo alto. María es una mujer feliz, que le
da gracias a la vida porque nada la falta, ella es dichosa con sus dientes
postizos (un poco grandes que le dificultan hablar) su sonrisa Colgate y su
acento indígena de los años cuarenta. ¿Claudia Álvarez no pudo visitar un par
de comunidades indígenas y grabar cómo hablan para preparar su personaje? Mejor
continúo. María es feliz echando una tortilla al comal, la cual supongo se le
quemó porque la dejó en la lumbre y se largó a despertar muy cariñosa a su papá
y a sus hermanitos. Desayunaron, cada quien se va a lo suyo y María se queda alimentando
amorosamente a los animalitos de su granjita. Tanta ternura desbordada se ve
empañada cuando camino al pueblo, un hombre malo, el más rico (de dinero, porque
es muy feo y naco) del pueblo le deja en claro que la quiere para él. Afortunadamente
la salva del acoso una indígena del pueblo, morena natural y no con un bronceado
perfecto, como el de María.
Los
niños ya están en el jacal (con enormes huecos entre la madera) y se van a
chapotear a un riachuelo que pasa por su casa formando una alberca, son felices
jugueteando. Ahí María llora de felicidad y le dice a su padre que nada les
hace falta. En ese momento, con alegría, pensé que llegaba la palabra Fin. Pero
no, llegó la noche y no echaron de menos la electricidad porque la fluorescente
dentadura de María iluminaba la bella escena familiar. Mientras todo era gozo
entre los pobres, conocimos a los millonarios: una golfa que al parecer está
enamorada de su hermano. El hermano casi cuarentón que apenas está estudiando
la universidad y que según dijo la golfa, le falta el servicio social, la
especialización y una maestría; es decir, vendrá ejerciendo la medicina a los
60 años. Total que el papá, eminente doctor y supongo que no oculista, está
ciego y no ve que su hijo es embustero y tonto, porque a sus casi 40 no puede
terminar la universidad.
Total que al día siguiente la familia pobre se va a la feria del pueblo
y así sin más ni más, el papá se lleva a su gallo a pelear contra el gallo del
malo del pueblo. Hacen una apuesta, si el papá de María gana, le dará “tierras
y muchas cosas más”; pero si pierde “ahí verán”. El papá, que también es tonto,
acepta y su gallo, como es de suponerse, pierde en una pelea que no tuvo ninguna
emoción en pantalla. El malo quiere cobrarse con María, pero papá dice que no y
llora amargamente porque dejó sin comer a su familia, ¿pues no que no les hacía
falta nada? El malo, que es muy malo, le da un mes o se cobrará con lo que hay
en el granero. ¿Pues de cuánto es la deuda? ¿Qué hay en el granero de los
pobres que es equivalente a una mujer? A saber, nunca nos enteramos; pero eso
sí, vimos a María treparse a una camioneta de redilas para lanzarse a la ciudad
de México a trabajar y pagarle la apuesta al malo.
Al final, me ha quedado claro que Televisa perdió la capacidad de
reflejar la pobreza, así como la curiosidad para consultar las películas del Cine
de oro mexicano en donde retratan perfectamente la vida de pueblos alejados,
así como las peleas de gallos. De los protagonistas, ¿qué le puedo decir? Vienen
de fracaso en fracaso, light y descafeinados.
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